Kuro era un conejo nacido en una camada de seis pequeños gazapos, fue el último en nacer y su mamá creía que no viviría por su tamaño; a los pocos días de nacido tuvo una complicación con su salud, tuvo la fuerza y determinación suficiente para sobrevivir sin embargo su ojo derecho quedó totalmente blanco y sin poder ver.
El pequeño Kuro no se dejó desanimar y vivió una infancia feliz en compañía de sus hermanos con los que compartía un lazo muy fuerte, eran inseparables, a donde quiera que iban todos Kuro los seguía, incluso si su mamá mandaba a uno a vigilar la entrada de la madriguera, todos se movían. Siempre juntos hasta aquel suceso...
Una tarde de otoño, todo transcurría como normalmente y el atardecer era tan bello y naranja que hacía que todas las hojas de los árboles resaltaran todas sus tonalidades, desde verdes pálidos hasta marrones y pasando por los naranjas. Al hacer la última ronda de vigilancia Kuro notó algo muy extraño en el ambiente desde la entrada de la madriguera, comenzó a ver cómo el atardecer en lugar de ir dejando paso a la noche, comenzó a tornarse mas brillante y mas rojizo; De entre los árboles que se veían a lo lejos comenzó a verse llamas y uno a uno los demás animales del bosque corrían asustados huyendo de esas luces.
Eran llamas, el fuego con un abrazo mortal que se apoderaba de todo a su paso a una velocidad impresionante, Kuro entró rápidamente a la Madriguera para avisar a los demás lo que sucedía, pero su madre no estaba ahí, a pesar de ser el mas pequeño no vacilo en gritarles a sus hermanos para que reaccionaran y huyeran lo mas pronto posible, solo bastó con un par de minutos para que las llamas llegaran a donde se encontraban, así que corrieron a toda velocidad.
Los seis pequeños corrieron y corrieron pero parecía que no se alejaban del fuego, todos estaban muy asustados tratando de no mirar hacia atrás, en ese momento uno de ellos gritó avisando que un árbol estaba cayendo frente a ellos, pero ya era muy tarde y el árbol estaba justo encima haciendo que todos se separaran para no quedar debajo.
Solo Kuro quedó con uno de sus hermanos mientras corrían desorientados, hasta que pronto llegaron a un acantilado que estaba unido por un hueco y pequeño árbol caído, las llamas ya habían alcanzado algunos fragmentos del tronco pero debían cruzar así que se movieron con cautela, mientras cruzaban uno de los extremos se estaba desmoronando por lo que corrieron pero no llegarían, así que Kuro en un momento desesperado se impulsó con su patas traseras dándose media vuelta detrás de su hermano para volver a dar otra patada, con lo empujó fuertemente para que llegara al otro lado mientras el cayó repentinamente junto con el Tronco.
